martes, 22 de enero de 2008


Entonces amé como aman las buenas amantes, con todos los detalles. Subí hasta tu boca y bajé por la agonía de tu jadeo. Conté tus pecas hacia el norte de tu rosas de vientos y atravesé tu piel afilada con mi lengua gatuna. Traspasé tu carne con mis garras y me bebí tu sangre para surgir como la condesa de las novelas de Lujan, virgen y nueva. Aceleré los latidos de tus muñecas y aumenté los míos solo para saber si estabas vivo o habíamos muerto en un incendio voraz de chocolate. Cabalgué tu piel desnuda, tus facciones ansiosas y me hice dueña del margen casi inexistente entre tu vida y mi muerte. Sentí que me contagiabas la inmensidad de las sabanas pegadas a mis muslos y reconocí mi territorio. Sujeté tus riendas y te postraste ante mi reinado de tiranía y egoísmo. Al final y sólo para mostrarte que mi generosidad de reina no tiene limites, me encaramé al palo mayor de tu sexo y lamí con desesperación tu esencia para dar comienzo a un nuevo día. Y mientras el sol doraba tu piel sonrosada matando la pasión consumada, te tatué en la cama mi paso por tu noche.

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